La vida con filtros

La vida con filtros

Por: Alberto Pino

Género No Binario@betopino  Género No Binario@betopino

Con la digitalización, nuestras vidas han cambiado dramáticamente, así como la percepción que tenemos de la realidad. Basta un rato de scroll-down Instagram o Facebook para enterarnos del último viaje de algún amigo, la increíble fiesta de un conocido o la familia feliz preparándose para alguna festividad como Navidad. Con el enorme beneficio de estar más conectado con nuestra familia y amigos, también hay un gran contra: ¿Pueden las redes sociales causarnos un perfeccionismo destructivo?

Desde que empecé una vida profesional con muchas mudanzas por estudios y trabajo, he contado con las redes sociales para mantenerme al día y conectado con la gente que más quiero. Con la evolución de las mismas. Más es cierto que se siente lejos la época de subir cualquier foto (de bajísima resolución con un BlackBerry) y algún texto escueto, a las super producciones de fotos que vemos ahora en el feed de cualquier persona, sea influencer o no.

Las redes sociales se comenzaron a convertir, en más allá de un puente de conexión, también como un escaparate para mostrar a los demás los momentos más brillantes de nuestras vidas, y eso no tiene nada de malo: ¿Quién quiere mostrarse llorando o pasando por un trago amargo o una enfermedad?

Llevaba tiempo pensando como balancear esas imágenes y videos de vidas perfectas con también contenido más realista, pero fue hasta hace un par de semanas que tuve la oportunidad de escuchar la historia de Madison Holleran, cuando me di cuenta que como humanidad tenemos que pensar mucho más en como las redes sociales están impactando en nosotros y en los más pequeños.

En resumen; Madison Holleran era una persona increíble, excelente deportista, con amigos, una familia amorosa, super bonita y a ojos de todo el mundo: feliz, con miles de seguidores en Instagram, miles de likes en cada post, está joven era una promesa del deporte y la Universidad de Penn la becó como deportista para contarla entre sus estudiantes. La realidad es que Madison tuvo temas de adaptación a la Universidad al estar lejos de sus amigos, de sus costumbres, y aun cuando su familia lo percibió y brindo apoyo de terapia, desafortunadamente Madison decidió tomar su propia vida menos de 7 meses después de empezar su vida universitaria. Lo más fuerte: hay cuestión de horas entre una publicación de ella en una fiesta con una sonrisa magnífica y acompañada de amigos, y una foto de un parque de Philadelphia lleno de luces, que subió sin texto como su foto final.

Marina Puerto Cancún

Madison era una persona igual que cualquier otra. Sufrió una depresión por un cambio drástico de circunstancias sociales y ambiente, pero lo que más me pudo fue que su feed social siguió inmutable: amigos, familia, estudios y diversión.

La vida con filtros

Me quedé pensando cuantas personas conozco que no están sufriendo lo mismo que Madison experimentó antes de quitarse la vida: estar tristes, estresados, deprimidos, pero aun así proyectando felicidad a los otros, posiblemente con esa mentalidad que no logro entender de la GenX de “Fake it until you make it”.

Para nada estoy condenando a las redes sociales, y pienso dejar de usarlas. Lo que sin duda tengo que repetirme y también hablar con las nuevas generaciones que conectan conmigo, es que las imágenes que vemos reflejan solo un pequeño porcentaje de la vida del autor. También recordarnos que ninguna vida se compara a la otra, y que, aunque ahora Kim Kardashian parezca más cercana porque sabemos que hay en su refrigerador, no dejan de ser personas totalmente ajenas a lo que una persona normal como yo vive, tiene o experimenta. Sin duda tener cientos de likes en una publicación es un “boost” de autoestima, pero la vida real va mucho más allá de eso: ¿Qué hemos hecho para ayudar a otros? ¿Qué estamos aprendiendo día con día para ser mejores? ¿Qué tanta paz mental tenemos?

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Por último, no hay que tener miedo a pedir ayuda.  Lo que pude aprender de la historia de Madison, es que nunca hubo carencia de amor u apoyo por parte de su familia o amigos, solo que posiblemente la ayuda profesional llegó tarde. No tengamos miedo a empezar terapia: la salud psicológica es salud. Ir a terapia no es estar locos, es querer estar mejor y en paz con nosotros mismos y los que nos rodean.

Seamos felices, seamos auténticos y sobre todo: ayudemos a los demás a ser felices. Seamos conscientes que la vida real no tiene filtros, a veces es buena, a veces es retadora, pero no deja de ser una oportunidad ÚNICA de disfrutar la magia de estar vivos.

Dedicado a la memoria de Madison Holleran y a toda la familia Holleran.

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