
No hay paraíso sin visitar el purgatorio: la realidad de migrar
Por Daniel José Rivera Viera – CRM
Desde el siglo pasado, hemos escuchado hablar de los “famosos paraísos” en el extranjero: Estados Unidos, España, Francia, Alemania, y, en este siglo, se han sumado economías emergentes como la de los Emiratos Árabes Unidos. Incluso, a nivel de Hispanoamérica, países como México y Chile se han convertido en destinos atractivos.
Pero, ¿qué tan buenas son realmente estas economías para que tantas personas decidan migrar hacia ellas? A primera vista, parece una pregunta fácil de responder, pero al analizar el tema en profundidad nos encontramos con historias complejas y únicas, que requieren un ejercicio de abstracción para comprender la realidad de cada persona que decide emigrar.
No existe un patrón que permita una fórmula mágica para abordar esta problemática, tanto para quienes solicitan asilo como para los países receptores. Cada individuo carga con su propia historia, en busca de una mano amiga que lo ayude a superar los riesgos que ha enfrentado, los cuales, finalmente, lo llevaron a tomar la decisión de migrar.
Imaginemos a Luis, un joven ingeniero que vive en un país con una economía inestable y altos índices de violencia. A pesar de tener un empleo, su salario no le alcanza para cubrir sus necesidades básicas. Además, ha sido víctima de amenazas debido a su activismo político. Luis, como muchos otros, se enfrenta a la difícil pregunta: ¿debo quedarme o intentar buscar un futuro mejor en otro lugar?
Luis decide migrar a un país europeo, esperando encontrar estabilidad y seguridad. Sin embargo, su travesía no es fácil. Primero, debe reunir el dinero suficiente para el viaje, lo que implica endeudarse con amigos y familiares. Luego, se enfrenta a un largo y tedioso proceso de solicitud de visa, en el que le exigen demostrar que no representa una carga para el país de destino.
A pesar de los obstáculos, Luis logra llegar a su destino, solo para encontrarse con una realidad muy diferente a la que había imaginado: dificultades para encontrar empleo,imaginar y culturales, y un sentimiento de soledad que nunca había experimentado.
La primera pregunta que surge es: ¿por qué las personas deciden migrar?
Abordaremos la problemática desde la perspectiva de quienes solicitan refugio, con el propósito de acercarnos a esta realidad de manera responsable y empática.
En términos sencillos, la gente decide cambiar de casa cuando ya no se siente a gusto en la que está. En el ámbito socioeconómico, esto se traduce en vulneración de derechos, ausencia y abandono del Estado en el cumplimiento de sus responsabilidades de proporcionar las necesidades básicas, violencia intrafamiliar, corrupción, hostigamiento, persecución política, amenazas y un sinnúmero de situaciones en las que la persona se convierte en víctima.
Estas circunstancias generan consecuencias devastadoras y dejan cicatrices profundas, sin un proceso real de sanación. La única opción para muchos es pedir ayuda al Estado o buscar refugio en otro país para no desfallecer.
Si bien cada caso merece un análisis particular, muchas veces los problemas son comunes para grupos enteros de población. Es por ello que se deben considerar factores como el contexto, el perfil del migrante, las situaciones que originan los riesgos, los riesgos que se materializan y las consecuencias de estos.
En el caso de las personas que migran, el ciclo de riesgo llega hasta el evento materializado, es decir, el hecho de no haber encontrado las soluciones necesarias se convierte en el detonante para buscar nuevos horizontes. La esperanza es mitigar, al menos en parte, la situación actual que viven día a día.
De manera más específica, las causas de la migración pueden ser muy variadas: violencia de todo tipo (física, emocional, económica e incluso espiritual, cuando se violan los códigos de conducta en las relaciones humanas), discriminación y racismo hacia grupos minoritarios, bajo poder adquisitivo, exposición a conflictos políticos, extorsión, violencia generalizada, pobreza, contaminación, agotamiento de recursos, cambio climático, entre otros.
Todas estas situaciones alimentan los riesgos potenciales que, al materializarse, impulsan la decisión de migrar. Los gobiernos, sin embargo, suelen reducir estas realidades a simples estadísticas, ignorando la responsabilidad y la obligación de rendir cuentas ante su población.
Ante este panorama, surge la gran pregunta: ¿es mejor quedarse o migrar?
Es una decisión difícil. Las personas comienzan a imaginar escenarios más estables y menos caóticos que los que enfrentan en el presente. Sin embargo, en algunos casos, el remedio resulta peor que la enfermedad.
Algunas historias de éxito, muy bien promocionadas, influyen fuertemente en la decisión de migrar. Pero, también existen historias de explotación laboral, hacinamiento, trata de personas, deficiencia en la prestación de servicios básicos, desempleo y falta de asistencia social. Estas situaciones crean un panorama desalentador que incrementa la incertidumbre y afecta directamente la esperanza de una vida mejor.
Así, en lugar de mejorar su situación, muchas personas terminan afectando negativamente los cuatro pilares de su vida: su estabilidad emocional, su salud física, sus finanzas y su bienestar espiritual, entendido este último como la relación con sus semejantes y con el entorno en el que viven y se desarrollan.
Aún queda mucho por discutir sobre un tema que se ha vuelto crítico, tanto para las sociedades en desarrollo como para las llamadas “economías fuertes”. La migración es una realidad que sigue siendo un desafío global y comprenderla en toda su complejidad es fundamental para buscar soluciones que realmente respondan a las necesidades de quienes se ven obligados a dejar su hogar en busca de un futuro mejor.