Madre de tres
Por: Mary Hadad
Desde mi primer hijo, y durante nueve largos años, he compartido a través de las redes sociales las vivencias y aventuras de ser mamá, y combinar esa dualidad tan complicada entre el hogar y el trabajo que son tareas que no terminan incluso cuando te vas a dormir. #MomNotStop
Entonces, después de mi estreno en el salón de la fama de la maternidad, el Facebook e Instagram, principalmente, han sido testigos de cada etapa desde los embarazos, la lactancia, y el crecimiento de mis hijos, pues he compartido casi todo.
Soy madre de tres, el hijo mayor que es mi primer más grande amor, Marcelo, la niña maravillosa que es la luz que todo lo ilumina, Lucía, y el más pequeño que es nuestro fantástico y muy amado campeón, Carlo.
Y si no me ponen un alto, quizá hubiera una Camila, una Fernanda, y chance hasta un Mauricio. La verdad, se los confieso, me hicieron falta hijos, y les prometo que soy muy buena mamá.
Fue mi adorado doctor Juan Manuel Marzuca quien me advirtió que, después de tres cesáreas era peligroso pasar por una más, así que gastado se hizo, y me quedé con las ganas. Quizá en otra vida, o en otra dimensión, yo seré mamá de seis.
¿Saben? Al principio yo no quería ser mamá, fue algo que afirmé durante muchos años, y aunque me derretía cuando veía bebés porque siempre he sentido mucha alegría por la infancia, eso era hasta ahí.
Incluso mi abuelo José, alias el “León”, que en paz descanse, cada que convivíamos me vacilaba preguntándome que para cuándo, que en lugar de tener hijos iba yo a tener nietos, ante lo cual mi abuelita Manuelita le decía que me dejara en paz. Cabe decir que mi abuelita parió dieciocho hijos.
A todo aquél que me cuestionaba, yo le respondía que nada de nada, porque de hecho mientras más me insistían, más negada estaba a la idea.
Creo que fue cuando me dejaron de atormentar (supongo me vieron como “caso perdido”), que a mí me nació el deseo cañón por el maternaje. Estoy hablando que eso ya fue como a los treinta y tres años de edad, después de haber viajado soltera por el mundo, titularme de los estudios profesionales, y alcanzar algunos anhelos en política, que por fin me dije a mí misma, “ahora es cuándo”, y así fue.
De verdad, no es que yo sea ejemplo, pero así es como deben ser las maternidades: libres y decididas. Cuando una quiere, no cuando alguien te lo impone o te acosa para que así sea. Y si no se quiere, pues también, cada quién es libre de decidir su proyecto de vida, y en mi caso esta fue mi elección y los tiempos fueron perfectos.
Como les platicaba en un inicio, mi maternaje ha sido un libro abierto en las redes sociales. Amigos y conocidos han visto a mis hijos crecer en el ámbito virtual y constatar la virtud de las benditas redes sociales, cuando se comparten cosas lindas y se aprenden cosas buenas. A veces en otras y en otros nos espejeamos, compartimos y valoramos.
Algunas personas me han escrito para decirme: “Mary, haces que se vea tan fácil la maternidad”, ¡especialmente de tres! Y las mamás sabemos que no es así, que detrás de cada imagen hermosa o curiosa, o de cada anécdota simpática, puede haber un torbellino de emociones en el día a día. No, definitivamente la maternidad o paternidad no son nada sencillas, y mucho menos fáciles.
Pero cuando son deseadas, tienen la gran ventaja de hacer mejores tus días y sentir tanto amor que a veces casi sientes que no puede caber tanto en el pecho.
Y no digo que lo que posteo no sea real, pero me gusta más compartir los buenos momentos, porque de malos momentos y noticias absurdas está llena la red, y cambiar el clima y sentir esperanza es tarea de todos los días.
En algunos momentos hubo personas que me alertaban ante lo peligroso que era compartir tanto de mi maternidad, ante la existencia de personas que no son buenas y que circulan en la red virtual, pero lo cierto es que cuando salgo a la calle y llaman a mis hijos por su nombre, me hacen sentir como en ese Chetumal de antaño donde todos y todas nos conocíamos, y todos cuidaban de los hijos de todos.
Con esa clásica advertencia de “ya te vi Hadad, ya vete para tu casa porque le voy a decir a tu mamá que andas en la calle manejando la bicicleta muy rápido”, y en efecto cuando llegabas a casa, tu mamá ya lo sabía. Eso se añora, y hemos tenido que mudar y adaptarnos a las nuevas formas de comunicarnos y hacer comunidad, porque las ciudades crecen y las oportunidades de estar cerca también, aunque sea a través de esta red.
Por otra parte, en la red uno también aprende muchas cosas que pueden ser muy buenas en las vivencias que comparten otras mamás, así sea en otros países y las culturas sean distintas, porque ¿saben qué?, la fuerza del amor es siempre la misma sea en el país que sea.
Por ejemplo, cuando Carlo nació, y al ser un bebé con Síndrome de Down, Michel y yo sentimos mucha incertidumbre por el futuro ante el temor de perderlo. Y fue a través de dos cuentas en Instagram de mamás que compartían todos los días información, vivencias y anécdotas de sus hijos con la misma condición genética de nuestro hijo, que nosotros aprendimos a encontrar la certeza que con dedicación y amor profundo se puede lograr.
Esas páginas de los niños “Lucas”, e “Inti Nawal” nos llevaron de la mano por nuevas aventuras para explorar, y nos transmitieron toda la fe y la esperanza en el mañana. Y fue así que nosotros nos comprometimos a hacer lo mismo con Carlo, compartir y más compartir, para que otros padres y madres se inspiraran y lucharan sin descanso, y para que también la gente lo conozca, se familiarice con él y aprenda a amarlo como sabemos que ahora lo aman cuando lo ven en la red.
Y bueno, pues se acerca el día del niño y de la niña, y he escrito todo esto para decirles y compartirles que, si cosas buenas me han pasado en esta vida, las mejores han sido de la mano de mis niños a quienes adoro con el alma y me esmero por ser la mejor mamá para ellos y su ejemplo en el futuro.
Ninguno de los cargos que he escalado, que, si bien me han hecho dichosa y me han permitido sentirme productiva profesionalmente, tienen un significado más grande que la dicha de tenerles a ellos en mi vida y ser esa alegría que corre todo el día por la casa, que pelean, juegan, se aburren, se agotan, descansan y al rato remontan con la burbujeante dicha de saberles infinitos en mi alma.
Y aunque al caer la noche sienta el cansancio de la doble jornada, los pies adoloridos y la espalda agotada, basta verlos dormir sabiendo que en su corazón hay felicidad por sentirse amados, para reposar unas horas como mamá que nunca duerme del todo, y despertar con la esperanza de un nuevo día haciendo magia en medio del caos.
Soy mamá de tres y la dicha es toda mía. Abrazos fraternos para todas las madres y padres que tienen la fortuna de tener infancia en casa.