La maternidad y sus historias de cuarentena
Por: Mary Hadad
Extraño mucho abrazar a la gente que amo, a las personas que quiero, a los amigos que aprecio. Extraño caminar por las calles con la soltura y la confianza de gritar el nombre de alguien y agitar la mano en señal de alegría al verle. ¡Extraño abrazar apretado como me gusta abrazar!
Porque la pandemia no sólo nos ha arrebatado parte de la libertad de ser y de ir, sino también la libertad de sentir el calor de los otros en un apretón de manos, en un beso, o en una palmada afable en la espalda.
En una tarde lluviosa y melancólica en mi amado Chetumal, recordé esa noche hace varios meses, cuando acudí a un velorio donde daban el último adiós a un bebé con la misma condición genética de mi niño.
Era un bebé hermoso profundamente amado y deseado por sus padres, y la tristeza en ellos era inagotable. Y ahí estuve en una banqueta dando el pésame de lejos, sin poder abrazar, sin poder dar calor solidario a una madre que sufría la ausencia de su todo.
Esa sensación de no poder dar un abrazo de consuelo, no sólo es frustrante, sino que es triste, melancólico y doloroso.
La pandemia acrecienta la soledad y la sensación de vacío. Y eso lo han experimentado muchas madres al no poder tener cerca a sus hijos, a sus nietos, a sus hermanos, a sus amigas y amigos.
Mi madre misma perdió a un ser muy amado a causa del Covid19, y como lo dictan los protocolos sanitarios jamás pudo visitarle en el hospital, y cuando la persona falleció, tampoco pudo despedirse con un beso o con un abrazo.
Ella expresa que se quedó con las manos vacías, y las palabras galopando en su alma con necesidad de ser expresadas hacia quien padecía en medio de una intubación. Nosotros, quienes la amamos a ella, tampoco pudimos abrazarla y llenarla de besos por temor a un contagio.
La mamá de una amiga entró a cirugía por un padecimiento de columna y en medio de la recuperación se contagió de Covid19 en el hospital y falleció. No hubieron despedidas previas, no tenía en su agenda la posibilidad de la muerte. No estaba en los planes, simplemente ocurrió.
Hace unos días acompañé a una chica con discapacidad al registro civil, para registrar a su niña quien cumplió un año de edad y a causa de la pandemia no había realizado ese importante trámite.
La niña llevaba, junto a su mamá, más de un año en aislamiento, es decir, su primer año de infancia han sido las áreas de casa y los humanos que identifica es su núcleo familiar. Apenas conoció la calle y fue como un nuevo despertar lleno de asombro.
Todas las mañanas me asomo a la ventana para observar a distancia a quienes son mis nuevos vecinos desde hace unos meses. Una madre de cuatro niños pequeños, el mayor de ellos recién diagnosticado con Cáncer.
Ella que vivía en otro municipio, tuvo que cambiar su residencia para acceder a la atención médica de su niño. Dejó casa, trabajo, familia y amigos, para iniciar una nueva vida en el combate de la agresiva leucemia, aparejada con la dificultad económica y la incertidumbre. La adversidad en medio de la adversidad.
A veces la veo llorar y llorar, con todos los miedos y el cansancio como mamá, y no la interrumpo, pues sé que las lágrimas enjuagan los dolores del alma.
Afortunadamente encontró en Chetumal, corazones solidarios que no la hemos dejado sola y la hemos arropado. Esa es una de las características más bellas de mi amada Capital.
La pandemia ha sido muy dura con las madres. Miles han perdido a sus hijos e hijas de todas las edades. Quizá es más doloroso perder un hijo cuando su vida empieza, pero de todas formas creo que no existe dolor tan grande como el que significa despedir a un hijo.
Ha sido ya más de un año de despedidas, de ausencias eternas y de aprendizajes a golpe de experiencias duras.
Desde aquí deseo expresar mi solidaridad para todas las madres que han transitado por duelos infinitos durante esta pandemia, y también a quienes han perdido a sus madres en este periodo de soledades.
Hay miles de hogares donde el pasado diez de mayo no fue tradicional, pues las ausencias calan hondo. Para muchas familias ha sido el día del valle de las lágrimas.
Deseo con todo el corazón que esto pase pronto, para poder dar todos los abrazos que sanan, y todos los besos que serenan el alma.
Desde esta columna abrazo solidariamente a todas las madres que han transformado la incertidumbre en rutina, el confinamiento en reflexión, las ausencias en duelos y el miedo en tristeza.
Deseo que sepas que estás aislada pero no sola, y que aun cuando la pandemia nos ha separado físicamente, estamos unidas a la vez.
Cariños abundantes y abrazos virtuales queridas Mamás.
Muchas Gracias Mary Hadad por hacernos sentir que no estamos solas, tu reflexión solidaria es un cálido abrazo a la distancia, y cuando coincidimos en la sensibilidad social y emocional los corazones se gozan y no hay mejor medida para prevenir la tan anunciada proxima pandemia “la soledad” hoy mas que nunca estamos llamados a aprender a convivir aun bajo estas condiciones del distanciamiento, y estos espacios son una excelente forma.saludos